¿En qué se distinguen los detergentes ecológicos de los convencionales?

“En casi todo”. Ésa podría ser una respuesta escueta a la pregunta del título, tanto si nos referimos a la composición química de unos y otros productos como si analizamos su interacción con el medio natural o su contribución a la sostenibilidad. Y es que si observamos fórmulas de ambas variedades, pocos ingredientes encontraremos en común. También obtendrían notas radicalmente distintas en cuanto al impacto ambiental. Casi que lo único en lo que se parecen es en que ambos limpian.

La tabla siguiente resume los principios que se siguen genéricamente al fabricar detergentes ecológicos, y que no son tenidos en cuenta en los laboratorios convencionales.

Cada marca de detergente ecológico satisface los principios mostrados en la tabla en mayor o menor medida, puesto que no existe una definición oficial universal de “detergente ecológico”. Existen varios sellos que certifican el carácter ecológico de un detergente, y cada uno lo define a su manera. Los hay más estrictos y más permisivos con las alteraciones que se pueden causar al medio; hablaremos de ello en artículos posteriores.

Siendo todas las diferencias señaladas en la tabla importantes, la relacionada con un impacto más inmediato del detergente sobre el medio es la primera. Que después de lavar la ropa o los platos el agua sea o no perjudicial para el medio ambiente depende de cuán biodegradables sean los ingredientes del detergente. ¿Qué significa esto?

 

Ser o no ser velozmente biodegradable

En el caso de los productos Biobel, el detergente que se biodegrada más despacio lo hace completamente (al 100% y todo el producto) en menos de 20 días. La legislación europea sólo exige que los surfactantes se hayan biodegradado en un 60% al cabo de 28 días, y no exige nada respecto a ningún otro componente –y los de uso industrial o institucional pueden biodegradarse aún más lentamente . La diferencia en perturbación de la vida acuática es sustancial.

Puesto que su principal cometido es limpiar, el elemento activo más importante de un detergente (y a menudo el más abundante, si no contamos el agua) son los surfactantes o tensioactivos: sustancias que reducen la tensión superficial del agua –gracias a lo cual ésta penetra más fácilmente en las superficies a limpiar– y con un polo que se combina químicamente con la grasa y otro que tiene afinidad con el agua. Así, por un lado “agarran” las partículas oleosas que adhieren la suciedad a la superficie a limpiar, y por el otro se disuelven en el agua del aclarado y se van con ella.

Las fórmulas de detergencia incluyen otras sustancias que cumplen misiones diversas, como retener el calcio del agua, quitar manchas, preservar el color de las prendas o eliminar olores.

Las aguas de ríos, lagos y mares están repletas de plancton, un conjunto diverso de seres vivos en muchos casos de tamaño microscópico pero fundamentales para la vida: son los principales responsables de la presencia de oxígeno en la atmósfera, y de producir la materia orgánica que alimenta a todos los seres vivos que habitan las aguas, dulces y saladas.

Las membranas celulares de los organismos del plancton contienen grasas. Por lo tanto, al entrar en contacto con ellas, los surfactantes las alteran o destruyen. En otras palabras: los surfactantes son tóxicos para la vida acuática. Como también pueden serlo otros ingredientes, por eliminarla o desnaturalizarla de una u otra forma. Por ejemplo, los fosfonatos modifican los ciclos vitales del microcrustáceo dafnia, lo cual constituye un indicador de su toxicidad para otros organismos incluso en cantidades pequeñas.

Cuando las moléculas presentes en los detergentes se “desmontan” en átomos sin carga iónica, dejan de causar alteraciones a su alrededor. En esto consiste la biodegradación.

Cualquier sustancia es biodegradable, la cuestión está en cuánto tarda en descomponerse. Por ejemplo, en análisis de medios acuáticos realizados en 2003 se encontraron rastros de un surfactante convencional que dejó de usarse en los años 80. Así, una de las metas más perseguidas por un químico en el sector de los detergentes ecológicos es conseguir fórmulas que se biodegraden lo más deprisa posible, para molestar durante el mínimo tiempo a los seres vivos de las aguas.

Dificultando la depuración

Gracias a la rapidez con que los detergentes ecológicos se biodegradan, el agua que se va por el desagüe de la lavadora o el fregadero en muchos casos se puede usar directamente para regar; así está certificado en el caso de Biobel. En cambio, si usamos detergentes convencionales el agua contendrá sustancias ecotóxicas que, junto con las procedentes de otros productos (principalmente cosméticos, medicamentos y plaguicidas) y de las actividades industriales, hacen más compleja y costosa la depuración de aguas residuales para que mitigue los daños al medio, que de otra forma pueden llegar a magnitudes superlativas. En los años 60 el lago Erie, uno de los Grandes Lagos norteamericanos, se consideró muerto debido a las sustancias tóxicas que recibía, procedentes en buena parte de los detergentes.

En las plantas depuradoras, las sustancias perjudiciales se separan del agua por decantación y con la ayuda de microorganismos y reactivos (más cuantas más sustancias se deban retener), formando los fangos de depuradora. El agua puede recibir un tratamiento final de limpieza, pero es difícil que salga del todo libre de contaminantes. Por ejemplo, en Cataluña y en 2018 (últimos datos disponibles) sólo un 40% de las aguas superficiales tenían un estado considerado “bueno”. Todo este esfuerzo en limpieza tiene un coste importante, que pagamos entre todos (ciudadanos, explotaciones agropecuarias e industrias) vía los cánones del agua.

La producción ecológica elimina la contribución de los detergentes al gasto y esfuerzo de depuración (o la reduce mucho, en el caso de los fabricantes menos estrictos). Hay quien defiende que las actividades agrícolas o industriales que usan sustancias ecotóxicas deberían sufragar el incremento en coste de las depuradoras atribuible a sus actividades.

Los tóxicos persisten

El fango o lodo de depuradora se deshidrata, puede recibir algún tratamiento para reducir su masa y en general se envía a uno de tres destinos finales: aplicaciones en suelos –ya sea en agricultura, jardinería o para restauración de canteras o infraestructuras–, incineración o vertido en depósitos controlados. La proporción de fangos que llega a cada destino depende de cada municipio o comunidad autónoma. Por ejemplo, en Cataluña cada año se suelen enviar más del 80% a aplicaciones en suelo.

En este lodo no hay oxígeno, lo cual impide la biodegradación de algunas de las sustancias que se consiguió quitar del agua. Los ingredientes que no se biodegradan en los fangos llegan intactos al suelo agrícola, alterando también ese ecosistema. Ahí sí hay oxígeno, y las autoridades europeas consideran que estas sustancias se van a descomponer en un mes, si no se supera cierta cantidad de fango aplicado por hectárea. Pero no hay normativa que ponga límite a dicha cantidad. Por lo que los perjuicios ambientales de los ingredientes presentes en detergentes convencionales pueden extenderse hasta el suelo agrícola.

Ingredientes y daños ambientales

Una de las peores problemáticas ambientales a las que han contribuido los detergentes es la eutrofización: una explosión de la población de fitopláncton provocada por una llegada exagerada de nutrientes, en concreto nitrógeno y fósforo, que acaba eliminando toda la vida en el medio acuático; este fenómeno es el que causó la muerte del lago Erie. Entre las fuentes importantes de fósforo están los fosfatos, presentes en prácticamente todos los detergentes convencionales para lavavajillas hasta enero de 2017, cuando finalizó la prórroga que la UE les había dado para contener fosfatos. Ahora está permitida una cantidad tan pequeña que han prácticamente desaparecido.

En las etiquetas de los detergentes se nos da algo de información acerca de su fórmula, aunque poca acerca de sus impactos ambientales. Hablamos más a fondo de esto en el siguiente artículo.